La Estación Biológica del Ventorrillo

Cualquiera que haya circulado por la carretera M-601 en el tramo  que discurre entre el Puerto y el pueblo de Navacerrada, ha tenido que ver, aunque sea de refilón a través de la ventanilla de su vehículo, las instalaciones de la Estación Biológica del Ventorrillo.

El nombre parece indicarlo todo, estación biológica, y uno puede suponer que es un lugar donde se llevan a cabo estudios biológicos. Efectivamente es así, y no es poca cosa en un país al que le cuesta un mundo llevar a cabo estudios científicos y destinar dineros y edificios a semejantes fines. Lo que no nos podemos imaginar es que este lugar de apariencia modesta, situado en esa curva que los vehículos forzosamente han de  tomar con calma, fue en su momento uno de los lugares punteros en la investigación europea. Sí, de toda Europa y ubicado en la Sierra de Guadarrama, en España.

Edificio de la estación biológica.

Edificio de la estación biológica.

A principios del s. XX no existía lo que ahora llamamos el “I+D+I”, algo que designamos con abreviaturas, con la confianza casi irrespetuosa del que está muy acostumbrado a su trato cotidiano, y que quiere decir, Investigación más desarrollo más Innovación. Tampoco se hablaba de la marca España, ni de esas cosas vacuas de la actualidad que sirven para presumir, propias de los países de mil discursos y pocos recursos. Había entonces entusiasmo, confianza en que el futuro pasaba por la cultura, la ciencia y una labor bien hecha. Por desgracia, como tantas otras cosas, aquella realidad terminó con la fatídica guerra civil y sus nefastas consecuencias.

En la primera década del s. XX, todo aquello que la Institución Libre de Enseñanza, con Giner de los Ríos a la cabeza, había ido generando en torno a los más amplios aspectos de la cultura, tomó forma en el ámbito científico con la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Se nombró director de este organismo, nada más y nada menos que a Don Santiago Ramón y Cajal. En 1911 se creó la Estación de Biología Alpina del Guadarrama, que construyó el edificio del Ventorrillo a finales de 1911.

Constaba por entonces El Ventorrillo con dos pisos, en los que además de laboratorios, microscopios, un observatorio meteorológico y un sismógrafo, los científicos tenían sus propias dependencias en las que podían pernoctar. Allí realizaron investigaciones y organizaron encuentros importantes  entomólogos como Ignacio Bolívar, García Mercet, Dusmet, Martínez de la Escalera o Rene Oberthur ; botánicos como Carlos Vicioso, Antonio Casares o Emilio Huguet; el geólogo Carlos Vidal Box, y en definitiva, una inacabable lista de científicos ilustres, españoles y europeos. Algunos de ellos pusieron  sus apellidos a los insectos y las plantas que observamos en nuestros campos, y a los que hoy recordamos cada vez que empleamos los complicados nombres científicos que la taxonomía emplea.

La guerra civil terminó con todo aquello. Ignacio Bolívar, que presidía la Junta, tuvo que exiliarse en México, se suprimió la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, y aquel centro del Ventorrillo que fue la admiración de los científicos europeos se acabó convirtiendo en 1939 en la residencia de verano del ministro franquista José Ibáñez Martín -no confundir con José Ibáñez Marín-.

El nuevo ministro de Educación tenía claras dos cosas: que El Ventorrillo era un lugar ideal para pasar el verano, tanto que además de convertirla en su residencia veraniega se construyó una piscina y una capilla; y  los derroteros que a partir de entonces iba a tomar la ciencia en nuestro país. Al respecto de esto último, recordamos un par de frases en lo que fue el discurso inaugural del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que sustituyó a la depuesta Junta, y de la que José Ibáñez Martín fue nombrado presidente. Decía así:

“…Queremos una ciencia católica. Liquidamos, por tanto, en esta hora, todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y nos sumieron en la atonía y la decadencia. […] Nuestra ciencia actual, en conexión con la que en los siglos pasados nos definió como nación y como imperio, quiere ser ante todo católica…”.

Actualmente, El Ventorrillo es una estación biológica de campo perteneciente al Museo Nacional de Ciencias Naturales, dependiente del CSIC, y trata de aproximarse a la esencia de lo que en su día fue. Podemos estar seguros de que las intenciones de los biólogos que en ella trabajan son ésas, lo que no sabemos es si en el espíritu de los gobernantes subyacen las ideas de la Institución Libre de Enseñanza o las del ministro veraneante José Ibáñez Martín. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS