Los vigilantes del bosque. De las cenderas a los agentes forestales

 

Monumento a la Guardería Forestal. Mirador de los Robledos. Valle del Lozoya.

Monumento a la Guardería Forestal. Mirador de los Robledos. Valle del Lozoya.

Todos conocemos que la limpieza y conservación de los montes está atribuida, en la actualidad, a los agentes forestales o medioambientales, que podríamos decir que son los actuales vigilantes del bosque, pero no siempre ha sido así. Hasta finales del s. XIX eran los vecinos de los municipios del área de influencia del bosque los que cuidaban y limpiaban este espacio natural mediante las cenderas o hacenderas.

Los primeros datos de una regulación legal referente a la vigilancia forestal se remontan al s. XVII con Carlos II y sus ordenanzas promulgadas para la vigilancia de animales salvajes y masas boscosas, sin que ello supusiera crear un cuerpo específico. En 1748, Fernando VI nombró a los llamados Guardas de Campo y Monte, que tenían como finalidad evitar los incendios forestales –que por desgracia siempre ha habido-, y vigilar que el ganado no destruyera las plantaciones de repoblación. Carlos III, en 1762, dispuso una Real Orden por la que se creaba la Compañía de Fusileros Guardabosques Reales.

Hasta 1877, año en que se creó el cuerpo de Capataces de Cultivo, no podemos hablar de agentes forestales tal como ahora los conocemos. El capataz de cultivo tenía atribuidas dos funciones. Por un lado, actuaba como policía forestal, y por otro, desempeñaba el cargo de  auxiliar de ingeniería , algo así como ayudante de los  ingenieros de montes para las tareas accesorias y duras que los propios ingenieros no realizaban.

El Reglamento del Cuerpo de Guardería Forestal de 1907 supone el cambio de denominación de capataz de cultivo al de guarda forestal.

En 1941 se publica un nuevo reglamento, el del Cuerpo de Guardas Forestales del Estado, a la vez que se crea la Guardería del Patrimonio Forestal del Estado. En 1972 se constituye el conocido ICONA con la creación de la Escala de Guardas Forestales del ICONA –Instituto de Conservación de la Naturaleza-, que perdurará hasta que la Constitución de 1978 crea  las Comunidades Autónomas con competencias para crear sus propios cuerpos de agentes, algo que plasmarán en sus estatutos de autonomía.

Sin embargo, hasta que a finales del S.XIX no se creara de forma oficial una auténtica policía de montes que se ocupara de la vigilancia y limpieza de los parajes naturales, la actividad era realizada por los propios vecinos de los municipios del área de influencia del monte. Eran las llamadas cenderas o hacenderas, trabajos comunes y variados en beneficio de la colectividad municipal, que en el caso de los relativos al monte incluían su limpieza y desbroce, así como el acondicionamiento y reparación de caminos, usando para ello sus herramientas, sus propias fuerzas y las de sus animales. A la llamada del Ayuntamiento o de la Junta elegida al efecto, los vecinos se ponían manos a la obra para cuidar de sus montes comunes, en lo que llamaban “ir de cenderas”. A cambio de este esfuerzo, se repartían los beneficios que la explotación del bosque producía, algo muy común en tierras de pinares. Las cenderas o hacenderas se remontan a la Edad Media y, sin duda, implicaban a los vecinos, tanto en el trabajo como en el reparto de ciertos beneficios, algo muy recomendable para preservar los bosques y asegurar su buen estado de salud. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS

De profesión, resinero

Pinus pinaster.

Pinus pinaster.

La extracción de resina va asociada a la propia existencia del ser humano. Por su condición de impermeabilizante, la construcción de embarcaciones no puede entenderse sin el uso de la resina y la pez –sustancia producto de la cocción de la resina-. Las viviendas construidas con madera se aislaban del agua por medio de la resina. La iluminación artificial tiene su origen en las antorchas y teas que se servían de resina como combustible. Incluso las contiendas bélicas encontraron en la resina un medio implacable de ataque y defensa. La resina y la pez ardiendo en forma de bolas de fuego, teas incendiarias o ánforas lanzadas en catapultas, fueron en su momento las armas más eficaces y devastadoras.

Después, ha sido fundamental en la industria química. La trementina, el aguarrás, los perfumes, pinturas, barnices, adhesivos y una innumerable serie de productos tienen su fundamento en esta sustancia extraída principalmente del pino.

La importancia de la resina va unida a la importancia del oficio de resinero. Muchas personas, pueblos y mancomunidades de pueblos de la Península Ibérica, especialmente de la zona central, han crecido y vivido gracias este producto natural. La decadencia del oficio vino asociada a la importación de resinas más baratas de otras zonas del mundo, y a la creación de resinas sintéticas.

Tronco de pino silvestre Pinus sylvestre, albar o de Valsaín. No tiene aprovechamiento resinero. Como maderable es de los más apreciados.

Tronco de pino silvestre Pinus sylvestre, albar o de Valsaín. No tiene aprovechamiento resinero. Como maderable es de los más apreciados.

La labor del resinero se iniciaba en los meses de primavera, cuando los pinos, como el resto de la vegetación, se encuentran en período de actividad y la savia fluye por los troncos. Terminaba cuando el otoño inducía en el árbol el descanso vegetativo que se prolongaba hasta la siguiente primavera. Cada resinero explotaba una “mata” o grupo de pinos formado por unos 4.000 o 5.000 ejemplares. Las matas se asignaban por sorteo, y suponían trabajo fijo durante los cinco años siguientes, que eran los que duraba la explotación.

Inicialmente, el método de extracción de resina era algo tosco. El resinero practicaba diferentes cortes en el tronco del pino para que la resina fluyera en abundancia. En el suelo se hacía un agujero que se forraba con hojas y musgo, y simplemente se esperaba a que se llenara con la resina que escurría desde el tronco. La resina se recogía desde el agujero con una pala y se vertía en cubos de lata o madera. El contenido de  los cubos se trasladaba hasta unas grandes tinajas llamadas pegueras o alquitaras Esta operación se llevaba a cabo cuatro o cinco veces por temporada, practicando los cortes cada vez más arriba del árbol que acababa muriendo por el exceso de cortes y sobreexplotación. Además, la resina recogida estaba impregnada de tierra, hojas y suciedad, y gran parte de ella se perdía filtrada entre las paredes del agujero o se resecaba y evaporaba en el largo trayecto que recorría desde las incisiones hasta el suelo.

Para paliar estos defectos, y fundamentalmente evitar el deterioro de los pinares, se impuso el denominado método Hugues empleado en Francia. Los cortes se practicaban usando un método menos dañino, situando justo debajo de ellos una vasija en la que se precipitaba la resina a través de una chapa cóncava dispuesta entre el corte y la vasija. Este método, denominado “aprovechamiento a vida” era la contraposición al tradicional, llamado “aprovechamiento a muerte”. No solamente permitía obtener más beneficios, ya que se aprovechaba con limpieza toda la resina extraída, sino que aumentaba la vida del pinar. Sin embargo, a nuestros resineros les costó adaptarse al sistema, prefiriendo el viejo “aprovechamiento a muerte” hasta que la diferencia de ingresos económicos les convenció de usar el método Hugues.

A mediados del s. XX se estableció un nuevo sistema llamado “de pica de corteza con estimulantes” en el que se usaba ácido sulfúrico –líquido o en pasta- para estimular el sangrado del árbol. Con este método no era necesario hacer incisiones tan profundas, se necesitaba menos esfuerzo físico y se aminoraba el deterioro del tronco, que podía ser talado y usado como madera.

Pino resinero. Pinus pinaster.

Pino resinero. Pinus pinaster.

La resina extraída en los pinares españoles tenía como destino final la destilación y obtención de aguarrás y colofonia. El aguarrás es un conocido producto usado, entre otras cosas, como disolvente de pinturas. La colofonia, llamada Pez de Castilla, es una pasta endurecida, de color ambarino, que se emplea en multitud de productos que van desde la goma de mascar al polvo que emplean los escaladores para conseguir mayor adherencia, pasando por lacas, pegamentos, barnices, aislantes, etc.

Un áspero trabajo el de los resineros, que pasaban jornadas enteras en el monte, si es que no pernoctaban en el mismo durante la temporada de resinación. A los peligros propios de la profesión, donde no eran extraños cortes y caídas, se unía la temible procesionaria del pino, aunque por fortuna el pino resinero Pinus pinaster, que ha sido la especie predilecta para la resinación, no es la más suculenta para este lepidóptero. ÁNGEL S. CRESPO para GUADARRAMISTAS

El pino laricio Pinus nigra, el pino carrasco Pinus halepensis y el pino resinero Pinus pinaster son las especies resineras por excelencia, fundamentalmente la última.

El pino laricio Pinus nigra, el pino carrasco Pinus halepensis y el pino resinero Pinus pinaster son las especies resineras por excelencia, fundamentalmente la última.

De profesión, gabarrero

El duro y heróico trabajo de los gabarreros de Valsaín trasciende hasta nuestros días.

El duro y heróico trabajo de los gabarreros de Valsaín trasciende hasta nuestros días.

Si hablamos de profesiones duras donde las haya, basta con recordar cualquiera de las que llevaron a cabo  nuestros antepasados de una o dos generaciones atrás. La de gabarrero es, sin duda, una de ellas.

 

Aunque la palabra “gabarrero” se considera autóctona de la Sierra de Guadarrama, lo cierto es que el término  “gabarra”  se refiere a una embarcación pequeña y chata utilizada para la carga y descarga en los puertos.  Haciendo un ejercicio de imaginación, la gabarra se transforma en el centro de la Península en un equino o en un carro tirado por bueyes. Es así como le encontramos más sentido al origen de la palabra que define a este oficio.

 

Hoy en día esta profesión ya sólo figura como reivindicación en las fiestas de algunos pueblos de la Sierra de Guadarrama, especialmente en la vertiente segoviana, y con mayor renombre en la localidad de El Espinar.

 

También conocidos como jornaleros del monte, los gabarreros se encargaban de limpiar el bosque de ramas secas, árboles caídos, troncos muertos, etc. Se trataba de un trabajo muy duro que permitía el aprovechamiento de la madera para usarla como leña, a cambio de muy poco dinero.  Transportaban la madera con ayuda de burros, mulas, caballos o incluso carros tirados por bueyes.

 

En algunos sitios, los gabarreros sólo transportaban la leña que cortaban los hacheros; en otros, acudían a primeras horas de la mañana al monte en compañía de su equino y después de varias horas de difícil trayecto, abordando la peligrosa orografía de la montaña, iban cortando y recogiendo la madera muerta.  La colocación de la misma sobre el animal –mula o caballo, en la mayor parte de los casos- era otra de las dificultades para llevar a buen puerto el jornal del día. Había que llevar la mayor cantidad posible de leña y además había que colocarla sobre el animal de la forma más firme y segura para que en la arriesgada bajada de la montaña, el primero no perdiera el equilibrio y acabara barranco abajo. Catástrofe total para el gabarrero que perdería así jornal y animal.

 

Además, había que esquivar otros tantos peligros de la naturaleza del pinar como los trampales o tollas, una especie de ciénagas en las que si caía el gabarrero o el animal, era imposible el rescate por sus propios medios.

 

La jornada gabarrera concluía al final del día, de noche, en condiciones meteorológicas terribles, en pleno invierno, a veces en medio de copiosas nevadas. Después, la leña se vendía para consumo doméstico, aunque en algunos casos, como los de los gabarreros de Valsaín , el destino de sus recogidas era el de combustible  para la Real Fábrica de Vidrio de La Granja o de la Fábrica de Loza de Segovia. ISABEL PÉREZ para GUADARRAMISTAS

 

 

El precio de la nieve

 

 

Inicio del camino de la nieve y Madrid al fondo.

Inicio del camino de la nieve y Madrid al fondo.

El Camino de la Nieve baja desde las alturas de La Najarra, a 2.100 metros, hasta Soto del Real- antaño denominado Chozas de la Sierra. Este camino es producto de la inversión económica que en su día, ya hace siglos, llevó a cabo un afortunado nevero, Pablo Xarquíes, que hizo fortuna con el negocio de la nieve en Madrid. Tan próspero le resultó el negocio a Xarquíes que se permitió “adecuar” el camino para bajar la nieve desde las alturas al piedemonte. Lo de adecuar es un decir, porque salvo el inicio del camino, el resto se adentra entre canchales y pinar, llegando a perderse la senda.

 

Resulta escalofriante pensar en esas noches oscuras y con lobos, y en unos hombres que cargaban carretones de nieve tirados por caballos o mulas, alumbrados por la luz de un farol. Esos hombres y animales bajaban por un tortuoso camino que hoy día con buenas botas y alumbrados por el sol resulta dificultoso. De hecho, en muchos casos acababan con carga y caballería despeñándose en la bajada de la Najarra. Y todo con prisas, porque la nieve, tapada con paja para no fundirse, debía estar en Madrid para ser utilizada a tiempo, y por supuesto el sol y la tardanza podían hacer inútil el esfuerzo. ÁNGEL SÁNCHEZ CRESPO para GUADARRAMISTAS

 

La Najarra a comienzos de primavera.

La Najarra a comienzos de primavera.

De profesión, lobero

Fuente del Tío Francachela

Fuente del Tío Francachela

Para nosotros, contemporáneos de las redes sociales  y el teléfono móvil, se hace difícil imaginar cómo era la vida  de los lugareños en la Sierra de Madrid hace casi dos siglos. Algo que nos dará idea de ello es el hecho de que existiera la profesión de lobero, ocupación de enorme prestigio popular.

El lobero se ocupaba de dar caza al temido lobo para mantener a salvo de sus destrozos a rebaños y habitantes. No era un puesto muy solicitado ni era necesario convocar a concurso u oposición pública a los aspirantes. El o los más intrépidos del lugar desarrollaban su carrera profesional a base de acciones y obtenían el reconocimiento y la recompensa de sus vecinos de manera voluntaria.

En este contexto y a principios del 1800  se hace famosa la figura de Antonio Robledo, vecino de Miraflores de la Sierra, famoso por sus atrevidas maneras, ya que este lobero no se conformaba con restar piezas entre las manadas de lobos, sino que buscaba y localizaba  las loberas para robar y matar a los lobeznos allí puestos a buen recaudo por sus madres. Su modus operandi se hizo muy famoso no sólo en Miraflores, Manzanares y Bustarviejo, sino en todo el valle del Lozoya.

Antonio Robledo, más conocido como el Tío Francachela, tenía como herramientas de trabajo un saco y un garrote, y  desarrollaba su peculiar trabajo a partir de junio en las zonas más inaccesibles de la montaña. Tan famosas llegaron a ser sus andanzas que consiguió por aclamación popular que la Diputación le concediera una pensión vitalicia como pago a su labor. Se conoce también que incluso el gobernador de Segovia le regaló una escopeta, que por cierto, jamás llegó a utilizar, según las crónicas.

Su figura ha quedado en el recuerdo de sus paisanos de forma perenne a través de una fuente dedicada en su homenaje por un convecino suyo, don Isidoro Jiménez, que podemos ver a las afueras de Miraflores, en la carretera que lleva al Puerto de la Morcuera y Rascafría.

El ser humano es así, capaz de sacar de su madriguera camadas de  lobeznos para acabar con el lobo de toda una comarca e incapaz de sacar para siempre el lobo que lleva dentro.  ISABEL PÉREZ para GUADARRAMISTAS